miércoles, 29 de junio de 2011

Dos historias

Primera. Un policía cuyo padre murió hace tres días pasea haciendo la ronda nocturna con sus compañeros. Podrían estar simplemente vigilando por si hay algún altercado o alguien necesita ayuda, pero tienen una misión concreta: encontrar botellones y multar.

No es que les apetezca, después de todo hay policías honrados que no se llenan de ego cada vez que ponen una multa o utilizan su porra, es que es su obligación. Tienen la orden de poner un mínimo de multas por botellón (y no por otro motivo) y, qué remedio, hay que cumplirlo.

Se dirigen hacia un grupo de chicos, aparentemente todos mayores de edad, que están bebiendo en la calle y haciendo un ruido considerable. Después de hablar con ellos educadamente, uno de los jóvenes pierde los papeles y se encara con el policía, cagándose en su padre. Al policía se le acaba la paciencia y se lo lleva a comisaría.

-Tú no sabes con quién hablas -dice con arrogancia el detenido- soy oficial de la Policía.
-Pues ahora sí que la has cagado. Tira.


Yo me hago una pregunta, ¿y si de repente no hay botellones por los que multar? Pues otra historia como respuesta.


Segunda. Una mujer de treintaytantos años acude a una oficina de la Seguridad Social, concretamente a la URE (Unidad de Recaudación Ejecutiva). Quiere pedir el retraso de un pago por problemas económicos.

-Es que verá -le dice, angustiada, al funcionario que la atiende- no tengo mucho dinero y además el otro día tuve un problema. Estábamos mi marido y yo en el parque charlando, yo con una botella de refresco de naranja y él con una de cerveza, cuando llegaron dos policías y nos pusieron una multa. Al parecer está prohibido beber cualquier tipo de bebida alcohólica en la vía pública, y ahora tenemos que pagar 300 euros por hablar tranquilamente en la calle en lugar de en un bar.


Las dos historias son reales, aunque un poco cuentizadas y no del todo exactas, ya que no las viví personalmente. El policía de la primera es amigo de mi madre, y el funcionario de la segunda es mi padre. De todas formas no creo que a nadie le sorprenda, ya que son cosas que por desgracia ocurren muy a menudo.

Y yo sigo haciéndome preguntas. ¿La policía no debería estar para permitir que yo me pueda tomar una lata de cerveza tranquilo sin molestar a nadie? Es más, ¿la policía no debería estar para asegurarme que puedo hacerlo con toda seguridad? Parece ser que no, que es más importante recaudar que garantizar el bienestar de los ciudadanos.

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